jueves, 26 de febrero de 2009

El trujamán
Miércoles, 12 de mayo de 1999


La responsabilidad del traductor

Por Alejandro Valero

Realmente hasta que uno no se enfrenta a la traducción de un poema no comprende la singularidad de este género literario. ¿Qué tiene la poesía que la diferencia de los demás géneros? ¿El verso? No siempre, pues existe la poesía en prosa. ¿El ritmo? La prosa también tiene ritmo. ¿La rima? Evidentemente sí, pero hoy día casi todos los poetas prescinden de ella. La respuesta me la ofreció indirectamente un poeta norteamericano cuya poesía traduje. Poeta complicado donde los haya, acumulé una serie de dudas que le presenté en una visita que realizó a España. Agradable y generoso (no como los autores que nombra Íñigo Sánchez Paños en esta misma sección), nuestro poeta no dudó en contestar a las intrincadas preguntas que le planteé respecto a sus poemas, y no le tembló la voz cuando me confesó que algunas de las dudas que yo albergaba también las compartía él. «Pon ahí lo que te parezca», me dijo. Y así fue como esclareció la madre de todas las dudas. A partir de entonces pude decir: «¡Ya sé lo que es la poesía! ¡Es el único género literario que puedes leer sin enterarte de nada! ¡Hasta los mismos poetas no entienden lo que escriben!».
Esto, que a los poco avisados podría parecerles una aberración, no es tal, y la sincera reacción de este poeta no hace sino corroborar lo que ya sabemos todos: que el discurso lógico está ausente de gran parte de la poesía contemporánea, y que muchos versos, incluso aquellos que creemos entender, poseen una gran variedad de sentidos y de implicaciones que escapan a la comprensión de sus autores. Por tanto, ante la ambigüedad deliberada del lenguaje poético, en algunas ocasiones el traductor de poesía no tiene más remedio que «poner lo que le parezca», y ahí es donde su labor de interpretación del texto cobra verdadera importancia. ¡Menuda responsabilidad la del traductor!
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